jueves, 27 de septiembre de 2007

NECROPOST

Se murió. Sí, sí, del todo. No entraré en detalles pero fue una jodida tragedia. Su apodo en la red, el título de su blog, sus opiniones sinceras, sus sentimientos en crudo... ni uno solo de esos elementos podía dar una pista de su identidad. Su mismísma mujer podría haber entrado en el blog y no tendría ni la más remota idea de quién era el autor. Y un día, simplemente, dejó de escribir. Para cuando le mandé un comentario sobre su falta de dedicación llevaba meses criando malvas. Como testimonio final queda su última entrada, un ridículo artículo sobre los bigotes de los dictadores. Y ahí se quedó clavada, congelada la imagen grotesca de un criminal. Nadie la puede borrar, nadie puede suprimir el blog, darle un final digno, un epitafio, una despedida, alguien que notifique el deceso del autor, nada. Sentía escalofríos cada vez que entraba y veía ese monumento funerario, esa especie de pirámide egipcia hecha a base de comentarios, fotos, canciones y videos del Youtube. Ahora me da pereza.